Lo confieso: salí de Camboya rumbo a Vietnam con una idea “poco positiva” acerca del país y de la gente. Siempre digo que no me guío por opiniones ajenas ya que cada cual lo cuenta según como lo pasó, pero muchos viajeros “respetados” (?) me dijeron que Vietnam no les había gustado nada por la actitud de la gente local, por el acoso hacia el turista, por el cáos y por los robos. Y me lo dijeron con tanta convicción que hasta me asustaron un poco (no mucho) y pensé: debe ser que a Vietnam lo amás o lo odiás. ¿Qué sentiré frente a este país que siempre quise conocer?
Mis últimos días en Camboya fueron una mezcla poco balanceada de estrés y tranquilidad. Phnom Penh, la capital, es, para decirlo en porteño, un quilombo. No hace falta que te bajes del colectivo ni que salgas de tu hostel: los mototaxistas y conductores de tuk-tuk te van a encontrar. Así que no corras porque no hay dónde esconderse. Miss Miss, you want motorbike? le decís que no al primero y aparece el segundo (que estaba frenado al lado y vio que dijiste no) y te ofrece nuevamente “motorbike” pensando que tal vez a él le vas a decir que sí porque te cayó mejor que el anterior.
Templo en Pnom Penh
Cruzás la calle (intentando que no te atropellen y caminando por la franja angostísima de vereda como si fuese un acantilado) y te persigue el conductor de tuk-tuk: Hello Sir! (ni siquiera lady) Where you want to go? Tuk-tuk? No, no, gracias. Pero ser amable no sirve y tampoco entienden que quieras caminar: I take you miss, OK I take you later, I take you tomorrow, I take you next week! Si los ignorás, te gritan cosas poco felices en inglés y en khmer (camboyano). Así que cuando no me los banqué más opté por dos vías: hablar en castellano o ser irónica en inglés. Miss Miss, tuk-tuk, you want? No entiendo lo que me decís, no hablo inglés. Ahí se desconciertan: Tuk-tuk? Cheap? Y la otra, cuando estuve a punto de mandar a todo el gremio a freir arroz: Miss! Where are you going? Motorbike! Oh, ok, I need to cross the street, you take me?
Templo en Phnom Penh
Casitas típicas de la capital de Camboya
No sé si Phnom Penh vale la pena, no es tan malo como suena, pero yo personalmente preferí los pueblos del interior de Camboya antes que la capital. Igualmente tuve que quedarme tres días para tramitar la visa de Vietnam, así que aproveché para visitar las Killing Fields, el museo del genocidio, el palacio del rey y caminar un poco por ahí. Después pasé mis últimos tres días en el país en Kampot, pueblito al sur a orillas del río, con una temperatura mucho más agradable y una paz que necesitaba.
Kampot
Chicos camboyanos que posaron para la foto
El lunes a las 7 AM tomé el colectivo que me llevaría de Kampot a Ho Chi Minh City (ciudad más conocida como Saigón, antigua capital de Vietnam del sur y de la colonia francesa de la Cochinchina) pensando que me iba a encontrar con algo parecido a Phnom Penh (algo así como un pueblo grande que se cree ciudad) y con gente que me iba a mirar mal o con resentimiento por la guerra pensando que era yanqui. Tuve que hacer trasbordo en Phnom Penh (no hay manera de escaparle a esta ciudad) y cuando me subí al segundo colectivo (que ya estaba repleto), miré las caras y pensé: Momento, acá hay algo raro, estos no son camboyanos, tienen los ojos más achinados (sí, hay grados de achinamiento de ojos), estos son vietnamitas. Y así era: un grupo turístico de 35 vietnamitas de 45 años para arriba, todos cargando bolsas y bolsas de souvenirs y frutas, hablando y riéndose a lo loco cual colectivo a Bariloche en pleno viaje de egresados.
La mujer vietnamita que estaba en el primer asiento me miró y me sonrió de una forma que me dieron ganas de abrazarla y adoptarla como abuela. Qué calidez por favor. Vietnam 1, Viajeros Respetados O. Me tocó el asiento del fondo, al lado del baño, de un camboyano y de un vietnamita. El camboyano ni bola, pero el vietnamita me ofreció comida, agua y hasta se bajó del colectivo para comprarme una SIM card cuando le dije que necesitaba mandar un mensaje de texto. Vietnam 2, Viajeros Respetados O. En el mismo viaje me puse a charlar con una mujer de Washington DC y le pregunté acerca de Vietnam. Me habló maravillas y hasta me armó el itinerario detallado. A todo esto mi “miedo” y desconfianza hacia Vietnam caían en picada.
La Catedral de Notre Dame, Ho Chi Minh
En algún momento del viaje el colectivo se subió a un barco y cruzamos el río. No sé por qué “supuse” que ese cruce de río equivalía al cruce de frontera (el “staff” del colectivo ya había recolectado nuestros pasaportes y yo “supuse”, otra vez, que ellos harían los trámites correspondientes y que, por ende, ni nos enteraríamos que habíamos cambiado de país). Entonces me puse a mirar todo con ojos de Ya llegué a Vietnam. Mientras íbamos en el barco, nenes sin manos golpearon las ventanas del colectivo, se señalaron los muñones y rogaron plata. Pensé: estos son los hijos de los ex combatientes de la guerra. Después, otra vez en la ruta, vi carteles escritos en khmer y pensé: claro, como es un pueblo de frontera debe haber carteles en ambos idiomas. Más adelante vi un monje budista y pensé: qué divertido, el monje se vino a Vietnam también. Y después vi… la bandera de Camboya. Y ahí apareció una voz en mi cabeza que me dijo “pero vos tenés un pedo atravesado”. Debe ser la falta de sueño y el calor.
Vietnamita vendiendo fruta |
Vietnamita vendiendo fruta, Hanoi |
Finalmente cruzamos la frontera (a pie, y cada cual hizo el trámite correspondiente antes de volver al colectivo) y ahí sí que el paisaje cambió. O tal vez no el paisaje en sí, pero mi feeling fue distinto. De repente vi que las calles tenían veredas anchas (y veredas de verdad, no de tierra), que las casas estaban más separadas entre sí, que la gente cenaba en la calle, que había tranquilidad. Llegamos a Saigón a las 8 PM y quedé anonadada a primera vista. Kristine, la couchsurfer vietnamita que me está alojando, me pasó a buscar en su moto y me llevó a su casa. En el camino vi edificios, luces, modernidad. ¡Esto es una ciudad de verdad! Mientras cenábamos pho, la sopa típica de Vietnam, le pregunté cuál era la actitud de la gente local frente a los extranjeros y especialmente frente a los estadounidenses. Me dijo que no tenían resentimiento, que ellos miran hacia adelante ya que quieren crecer como país, que la gente es muy amable y todos sonríen.
Al día siguiente salimos a las 7 de la mañana de su casa, Kristine me dejó en el centro y se fue a trabajar. Caminé durante todo el día y sentí una alegría que no pensé que iba a sentir: ya me encanta este país, me encanta la gente, todos me sonríen, los taxistas no me acosan (hasta diría que son tímidos y respetuosos, les decís que no y es no), la ciudad es muy linda. Tiene sectores llenos de árboles que me hace acordar a San Isidro, barcitos y cafés que son muy Buenos Aires, calles más tranquilas que parecen Montevideo… y los vendedores ambulantes, mesitas y comida en la calle y el caos de motos que me recuerda que estoy en el Sudeste Asiático.
Ahora me acuerdo por qué me gusta tanto viajar.
viajeindochina.com
fuente:viajandoporahi.com
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