Cada vez está más de moda ir a Tailandia y, de paso, visitar Camboya y/o Laos. ¿Y por qué no hacer un ‘Good Morning Vietnam’? Por supuesto. Indochina tiene una magia especial que llama a muchos viajeros y les invita a realizar una escapada más larga de lo habitual. Pero, ¿qué podemos aprender de este destino tan polivalente? Os apuntamos algunas de las cosas que más nos sorprenden, nos hacen reflexionar y nos enamoran de la península asiática.
Phi Phi, Tailandia
1. Todo se consigue más rápido con una sonrisa. Esta es una de las claves para entender países como Tailandia. No conseguirás nada subiendo la voz, y mucho menos enfadándote con ellos. Pero si les sonríes y les pides las cosas con cortesía te abrirán hasta las puertas de sus casas. Vale la pena intentarlo.
2. Hay un lema básico para comprar. Y no es otro que el ‘Same, same, but different’ (‘igual, igual, pero distinto’), que hace referencia a las copias de todo tipo de objetos, desde cuadros de Andy Warhol hasta zapatos de alta gama. ¿Pensabais que los chinos eran los maestros de las copias? Pues visitad calles como Khao San Road de Bangkok.
3. Es hora de afrontar prejuicios, sobretodo culinarios. Nos referimos a esos animales que muchos nutricionistas prevén que se convertirán en la comida de futuro: los insectos. Un kilo suele costar 60 céntimos y, aunque nos de mucho reparo, son nutritivos, crujientes y sabrosos. Es hora de zarandear nuestras papilas.
Bangkok La mejor comida
4. Los monjes hacen la mili. Bueno, más o menos. Porque en estos países es tradición convertirse, durante tres a doce meses, en monje budista. Aunque no es obligatorio, la creencia Theravada dice que quiénes lo hacen dan la oportunidad a sus padres de reencarnarse en una vida mejor. ¿El resultado? Decenas de monjes paseando por la calle.
5. Nunca digas Saigón. Los vietnamitas sólo se refieren a la ciudad con el nombre actual deHo Chi Min City, en honor al líder de la revolución comunista. Fueron los franceses los que pusieron el nombre de Saigón en 1862, y también a la zona que rodea la metrópolis: la no tan lejana Conchinchina.
6. El ingenio bélico no tiene límites. Y es que derrotar a una superpotencia como Estados Unidos tiene bastante mérito. La Guerra de Estados Unidos (que es como se conoce aquí a “La Guerra de Vietnam”) activó la creatividad de los soldados vietnamitas. Los diminutos túneles de Cu Chi, a una hora de Ho Chi Min City, recorren más de 200 km de escondite subterráneo e incluyen diversas trampas mortales.
Los diminutos túneles de Cu Chi
7. El Mekong es metafísico. Las abruptas montañas de Laos hacen muy difícil cruzar la frontera entre este país y Tailandia, por lo que muchos turistas prefieren pasar un par de días sobre un barco de madera –durmiendo, eso sí, en tierra firme- hasta llegar a su destino. Viajar sobre el río Mekong es algo inolvidable: sin cambios, sin movimientos, sin velocidad. El lugar ideal para platearnos qué queremos hacer en la vida.
8. Y cruzar la calle todavía más. Me lo decía un chico vietnamita sobre Hanoi, la ciudad con más motoristas del mundo: “cruzar la calle es una metáfora de la vida. Tienes que dar un primer paso, mantenerte firme en la decisión y seguir avanzando. No puedes retroceder, ni pararte en seco, porque te atropellarán. Tampoco puedes esperar a que los motoristas paren por ti. Tienes que mirar al frente, y avanzar”.
9. El caos puede echarse de menos. Nadie en su sano juicio puede defender el tráfico de capitales como Hanoi, Bankok y Nom Pen. El calor acostumbra a ser asfixiante, las motos no siguen ningún tipo de indicación y no hay ni orden ni sentido en la ciudad. Estresante, sí. Pero cuando volvemos a nuestra calma circulatoria no podemos evitar echar un poco de menos ese simpático caos.
Existen muchas modalidades para navegar por el Mekong
10. Eres un dólar con piernas. Para los autóctonos no hay diferencia entre australianos y europeos que van a buscar fiesta, mujeres jóvenes o inspiración espiritual. El turismo en Indochina no deja muy buen sabor, y sólo hace falta ver los centros occidentales repletos de bares con fútbol y Los Simpson, camisetas de Padre de Familia o el river tubing, un deporte completamente absurdo practicado en Vang Vieng, en Laos.
11. El trabajo es lo primero. Y es que la mayoría de gente trabaja todo el día, desde la mañana hasta altas horas de la noche. Es por eso que siempre, siempre hay gente en la calle, vendiendo, comprando o intercambiando productos y servicios.
12. Los conductores de tuk tuk mienten. Jamás te puedes fiar de un conductor que te proponga un viaje baratísimo, porque en realidad te va obligar a parar en diversas tiendas para llevarse una comisión. No lo tomes a mal, simplemente hazle saber que conoces las reglas del juego. Y diviértete observando los sonidos que tienen para llamar a los turistas: ¡pshh, hey, aaa!
Tuk-tuk en Camboya
13. Eres mucho más tacaño de lo que pensabas. De pronto, pagar un euro por un café o cinco dólares por una cena te parece algo disparatado. No quieres que te tomen el pelo, pero quizá estás exagerando un poco. Aunque Indochina puede sacar todo lo metafísico que hay en ti, también puede hacer aflorar tu yo más tacaño.
14. Las pelotas de ping pong existen. Y se usan para cosas que nuestras madres nunca podrían soportar. Si vas al centro de Bangkok y te encuentras a un señor haciendo un sonido con la boca, como de una pelota saliendo de un agujero, es que te están invitando a visitar el barrio rojo. Ya sabéis, para ver aquello que hacía Winona Ryder en la película de South Park.
15. Angkor no se puede ver en un día. Ni posiblemente en una vida. El imprescindible conjunto de templos del siglo IX se expande sobre 400 kilómetros cuadrados de jungla camboyana. Casi nada. El símbolo por excelencia es la ‘Ciudad del Templo’ o Angkor Wat, pero éste es sólo el inicio de la aventura.
Las ruinas del templo de Angkor Wat, Camboya
16. La Full Moon Party es la fiesta de referencia. Se celebra una vez al mes en la playa de Haad Rin, en la isla tailandesa de Ko Pha Ngan. Empezó con 20 turistas con ganas de bailar bajo la luna en 1985, y ahora reúne a miles de ellos, que se pintan con colores fluorescentes y acaban completamente embriagados. Una auténtica imposición fiestera.
17. Los genocidios no interesan a los medios de comunicación. Y esa es una de las razones por la que, durante años, no se publicó nada sobre la situación camboyana. Pol Pot, estudiante de la Sorbona de París y líder de los Jemeres Rojos, volvió a su país natal para instaurar un durísimo régimen que aniquiló a una cuarta parte de la población, incluidos urbanitas, intelectuales, políglotas y gente con gafas. Y hablamos de 1975.
Fuenta: traveler.es
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